martes, 30 de mayo de 2017

EL OCASO DE LA VIEJA IZQUIERDA

          (Artículo de opinión publicado por el Heraldo de Aragón el 26 de mayo de 2.017)

          La victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas y la correlativa caída al abismo de la irrelevancia del Partido Socialista Francés, junto al resto de resultados desfavorables que se vienen sucediendo en el continente para las opciones socialdemócratas, ha abierto la incógnita de si el mismo fenómeno pudiera darse en nuestro país en los próximos procesos electorales.
            La cuestión estriba, por tanto, en averiguar si el viejo PSOE está en disposición de seguir ubicado en el espacio ocupado por el centro-izquierda reformista y si, yendo más allá, es capaz de recuperar una posición mayoritaria que le permita ser de nuevo opción y alternativa de gobierno.
            Las últimas elecciones celebradas en España en este periodo han dibujado un escenario donde el voto socialista se ha visto reducido prácticamente a la mitad      , como consecuencia del descrédito y la pérdida de confianza en una organización que no se percibía ya como instrumento útil de transformación y reformas, sino como un coto cerrado de unos dirigentes cuyas opacas y oscuras prácticas no han contribuido a dar solución alguna a las gravísimas carencias de todo tipo en que se han visto sumidas muchas familias en estos años atrás.
            La responsabilidad por tal devenir electoral, aunque poco o más bien nada se diga al respecto, no puede imputarse más que a los órganos encargados de la dirección del propio partido socialista en las dos últimas décadas – y no tanto en los dos últimos años -, pues con sus acciones y omisiones, al margen de seguir anclados en una retórica argumental de una ya muy gastada y poco creíble izquierda, han propiciado la aparición y consolidación de unos competidores que en la actualidad le disputan ese mismo espacio.
            La irrupción de Podemos, con un lenguaje que abandonaba el clásico eje de confrontación izquierda-derecha, utilizado en vano por esa misma cúpula dirigente socialista como un simple medio de legitimación de su cuasi absoluto poder hacia su propia militancia y sus votantes tradicionales, y que ya muy poca gente menor de 45 años estaba dispuesta a comprar, supuso el principio del fin de lo que el PSOE ha representado en España desde la Transición.
            Sin embargo, el golpe de mano interno dado por Pablo Iglesias abre sin duda expectativas ciertas para el resto de competidores a la hora de recuperar ese espacio. En efecto, la deriva del nuevo partido hacia lo que con mucho acierto algunos denominan una Izquierda Unida 2.0 aparentemente modernizada, que aúna los aún más viejos y fracasados clichés antisistema con el uso de las modernas herramientas digitales, supone una apuesta segura por la derrota y el horizonte del 15% de los votos en las próximas contiendas.
            En definitiva, el espacio del centro-izquierda reformista que combina una visión liberal con un fuerte Estado protector - que no sobredimensionado-, y que garantiza la igualdad de oportunidades y la posibilidad de movilidad y ascenso social con criterios meritocráticos y no de cuna o nacimiento, a día de hoy atesora más votantes que opciones políticas dispuestas o capaces de acercarse a ellos. En el caso de Podemos, por voluntad propia; en el caso del PSOE, por incapacidad de sus antiguas estructuras para lograrlo.
            El PSOE, en definitiva, se encuentra ante la encrucijada que ha de determinar su inmediato futuro y, por ende, su suerte como organización política, donde la reciente elección de su nuevo secretario general parece haber definido ya cuál es el camino finalmente elegido. Todo ello, además, bajo presión y con unas circunstancias muy poco tranquilizadoras: ya no se puede permitir fallar, puesto que ya no queda margen alguno para ello, y sin que ni siquiera el acierto en la elección garantice la consecución del objetivo buscado.
            En todo caso, el reciente debate y la confrontación entre los candidatos en el proceso de primarias permite ya concluir que, al menos en el caso de Susana Díaz y sus apoyos aragoneses, algunos de los cuales llevan ya prácticamente treinta años al frente de la organización (Lambán, Pérez Anadón, Miguel Gracia), la intención no era tanto acercarse a los votantes situados en ese espacio reformista, sino esperar a que fueran esos mismo votantes los que volvieran al redil, una vez desencantados de las nuevas opciones surgidas al calor de la recesión, con su enfado ya mitigado por las nuevas oportunidades que trae la recuperación, pero sin voluntad alguna de regeneración de lo que no debe ser más que un instrumento en manos de la gente para conseguir mejorar sus vidas, y no tanto un medio de vida o negocio, directamente, para las cúpulas que lo manejan a la sombra de miradas fiscalizadoras.
          En resumen, mientras algunos creyeron que la inercia del turnismo era eterna, otros han concluido más recientemente que era el momento de subirse de nuevo a los lomos de las “contradicciones internas del capitalismo” y de “la lucha de clases”. Tanto unos como otros pertenecen al ya viejo siglo XX, y allí se han quedado instalados.

            En medio de todo eso se erige el espacio a ocupar por un nuevo PSOE para volver a ser un partido con vocación mayoritaria: reformas que acaben con los privilegios y la injusticia, en todos los órdenes, empezando por el interno, pero sin apartarnos lo más mínimo del fundamento de nuestra convivencia: un ser humano, un voto.