viernes, 26 de octubre de 2012

MÁS Y MEJOR POLÍTICA


            (Artículo publicado en el día de hoy por El Periódico de Aragón)  

Para imponer el interés general sobre los intereses de los poderosos no se precisa de una nueva constitución

  
De un tiempo a esta parte, los ciudadanos han vuelto la mirada sobre la política y, admitámoslo, el veredicto emitido no puede ser peor. Sin embargo, no todo cuestionamiento de nuestro actual sistema político obedece a las mismas causas, ni persigue los mismos objetivos. Unos creen que la política ha sido engullida por la voracidad sin medida de los mercados financieros y especulativos. Como la política se vendió a los mercados, esta política no nos representa, por lo que se debe poner en marcha un nuevo proceso constituyente que haga que la política y el poder que de ella nace vuelvan al pueblo, a la ciudadanía.
Otros mensajes provienen de emisores con unas intenciones bien distintas. En este caso, el objetivo último y no confesado dista mucho del perseguido por los movimientos ciudadanos. Aquí nos encontramos más bien con una vuelta a la superficie de esa corriente conservadora que ya en su día no aceptó el Estado autonómico dibujado en la Constitución de 1978. Habría llegado el momento de acabar con lo que ellos entienden que no es más que un germen de futuros procesos secesionistas, con grave riesgo para la futura unidad de España.
Las mareas de fondo del pensamiento conservador contrarias al estado autonómico --cuasi federal, conviene no olvidarlo-- han encontrado en estos tiempos la excusa apropiada para cuestionar abiertamente el proceso de distribución territorial del poder que ordena la Constitución: su supuesto alto coste. Dejaremos esta impostura para mejor ocasión y, en su lugar, abordaremos ahora a los argumentos de las plataformas ciudadanas. España no necesita ningún nuevo proceso constituyente. La Constitución de 1978 es la historia de un éxito que estuvimos persiguiendo durante casi doscientos años, por lo que sería un error dudar de su fiabilidad y eficacia en la organización de nuestra convivencia.
Para imponer el interés general y el bien común sobre los intereses particulares de los poderosos no se precisa de una nueva constitución, basta con hacer las reformas y actualizaciones en nuestro marco constitucional vigente que garanticen y aseguren la supremacía de la Política sobre cualquier otro poder o grupo de presión. A ello contribuiría de forma relevante una modificación de la Ley de Partidos que obligue a que su funcionamiento interno sea democrático. Porque España necesita más política, pero mejor ejercida.
En los últimos tiempo son comunes los análisis de opinión (José Ignacio Torreblanca, Jesús Lizcano,... ) que abogan por una necesaria reforma de nuestro sistema de partidos,con el objeto de realizar una correcta selección de los cargos públicos, fundada en el mérito y la competencia, alejada por tanto de lo que se ha convertido en el itinerario habitual para los que han acabado haciendo de la política su única profesión: el ascenso interno mediante el encuadramiento acrítico en el aparato del partido,dirigido por los que reparten cargos, prebendas, privilegios y nóminas.
Son estos cargos nombrados desde el interior de los partidos los que luego se enfrentan a circunstancias como las presentes, los que tienen la responsabilidad de solucionar crisis y recesiones como la que sufrimos desde hace ya cinco años. La Constitución de 1978 hizo descansar en un sistema de partidos de pluralismo limitado, y en una estructura interna de cada uno de ellos fuerte y cerrada, la necesaria estabilidad de todo el sistema político. No fue por casualidad, si hay algo que los constituyentes del 77-78 querían evitar a toda costa era la inestabilidad y las tendencias centrífugas que se dieron durante la II República.
También aquí la Constitución nos fue útil. Se construyó un sistema de partidos que ha dado estabilidad política al sistema y, gracias a ella, hemos hecho crecer nuestra economía y construido nuestro estado de bienestar.
La Constitución dio todo el poder a los partidos porque en aquel momento la prioridad era la estabilidad política del país. No fue un error. Pero sí lo sería seguir otros 30 años más sin reforma alguna, porque la grave situación actual también es consecuencia indirecta de aquella decisión.
Los actuales partidos no hemos demostrado nuestra utilidad en momentos como el presente, de ahí que la ciudadanía desconfíe de nosotros, a la vez que denosta lo que entiende como privilegios injustificados: grandes nóminas y condiciones laborales que el resto de trabajadores no alcanzará jamás, y ello sin acreditar capacidad ni especial competencia; procesos de selección arbitrarios; confusión de lo público y lo privado que, en muchos más casos de los que nos parece, acaba terminando en comportamientos motivados por el afán de lucro personal.
Sin embargo, no es este momento de menos política, muy al contrario, es el momento de más y mejor Política. Pero para ello es imprescindible legitimar de nuevo su ejercicio mediante la aplicación de algunas reformas que se alejen de la perniciosa derivapor la que nos habíamos deslizado en los últimos años. La elección de los cuadros y candidatas/os de los partidos políticos mediante elecciones primarias abiertas a la ciudadanía, al modo del Partido Socialista francés, es una de ellas. El proceso de selección así establecido acabaría de golpe con el desmesurado poder que reside en los aparatos de los partidos y en sus cúpulas, poniendo fin a la capacidad de repartir salarios entre los fieles, cuya capacidad y competencia ni siquiera se cuestiona porque "para trabajar ya están los técnicos".
El proceso de selección por primarias abiertas acabaría igualmente con la abusiva permanencia en puestos de responsabilidad y poder interno de gente que hizo en su día del partido su medio de vida e, incluso, de propio enriquecimiento, no sólo suyo, sino de sus próximos.En definitiva, obligaría a los candidatos y dirigentes así elegidos a un esfuerzo continuo de apertura y transparencia.
Claro que hace falta más política, como hacen falta mejores políticos, desinteresados y honestos, para mejor defender el interés general y el bien común, y, por encima de todo, para mejor proteger a quienes sólo cuentan con la Política como garantía de igualdad frente a los poderosos.

viernes, 7 de septiembre de 2012

EL PROYECTO EUROPEO Y EL PSOE


(Artículo publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, 7/09/12)

Pertenezco a una generación que creció en un país con una conciencia generalizada de falta de desarrollo y atraso respecto a nuestros vecinos europeos.
En 1978 comprobamos que, por fin, llegábamos a una estación término a partir de la cual, ya en la vía correcta, tan sólo quedaba acortar la distancia que doscientos años de liberalismo e industrialización habían provocado. En nuestro caso, por su ausencia.
La entrada en las Comunidades Europeas en el año 1986 vino a consolidar el sistema político establecido en la Constitución y, a partir de ahí, los hechos parecieron confirmar la hipótesis: la democracia y la europeización de España eran la solución al problema de España, tal y como habían aventurado CostaUnamuno u Ortega.
Cada año acortábamos distancias, el diferencial de renta per cápita con respecto a los países más ricos del continente disminuía, nuestras infraestructuras, gracias a nuestros socios europeos y a su ayuda, eran cada vez mejores.
Los que estuvimos convencidos de que, por fin, la Constitución y la democracia de 1978, suponían una verdadera solución de continuidad en nuestra trágica y tortuosa historia contemporánea, comprobamos a día de hoy que la situación que vive el país nos ha dejado aparentemente sin respuestas.
Adelanto, en todo caso, que no voy a aportar ninguna idea novedosa: la solución al problema del atraso secular de España con respecto a nuestros vecinos del norte sigue siendo más europeización, más Europa. Así como la causa de nuestro retraso es la falta de ella durante mucho tiempo, demasiado. Suele decirse que la culpa de todo lo que nos ocurre es de la herencia recibida. Tal cosa no resiste ningún análisis riguroso.
La causa eficiente de la burbuja, y de las consecuencias de su pinchazo, ha sido la marea de dinero barato que ha inundado España desde mediados de la década de los noventa del siglo pasado hasta el año 2008.
Disponer de tipos de interés casi negativos durante más de una década era una experiencia de la que nadie tenía recuerdo. Sencillamente, porque nunca antes había ocurrido algo parecido. El dinero era un bien escaso en un país con pocos recursos, de ahí que hasta hace veinte años a nadie extrañaba que los créditos se concedieran a tipos de dos dígitos ---al 15%, 18%--- . Pero entramos en el euro y pasamos a disfrutar de sus ventajas, entre ellas, intereses al 3% ó 4%.
La consecuencia es conocida: España acumula uno de los mayores índices de deuda privada en relación a su PIB de todo el mundo. Parece obvio que quien se ha dedicado a hacer negocio prestando y moviendo dinero barato han sido las instituciones financieras, y en muchos casos también parece obvio que sus análisis de riesgos no han sido todo lo diligentes y eficientes que la praxis de la profesión requería. Alguna responsabilidad habrá que exigir en este punto.
Al gobierno de Zapatero es al primero que le tocó lidiar con el asunto. De ahí que en mayo de 2010 el Presidente compareciera en el Congreso para anunciar la bajada de un 5% de las nóminas de los funcionarios, la congelación de las pensiones más cuantiosas y la subida de 2 puntos del IVA.
El Partido Popular se opuso, e hizo campaña tratando de ganar apoyos para que el Gobierno perdiera la votación y, acto seguido, convocara elecciones anticipadas. No ocurrió entonces, pero a finales de diciembre de 2011 el Partido Popular accede al gobierno.
No obstante, y como consecuencia de la especial vigilancia a la que nos someten nuestros socios europeos, el presupuesto hay que seguir ajustándolo para poder devolver el dinero que debemos y que deberemos. Como las familias que reducen todo gasto para poder pagar la hipoteca, el Partido Popular se ve ahora obligado a aplicar las medidas de ajuste y recortes de gasto que le exige la UE, como antes lo estuvo el gobierno socialista de Zapatero.
En este contexto, ¿cuál debería ser la posición del Partido Socialista? Lo diré pronto: la contraria a la que tuvo el PP en la oposición. Y ello no por marcar la diferencia, sino por responsabilidad y sentido de Estado. Está en juego nuestro proyecto de país, el proyecto europeo, el proyecto que la izquierda española lidera desdeFelipe González.
No podemos caer en los mismos errores y en el mismo pozo que el Partido Popular. La modernización de España siempre ha sido cosa de la izquierda, y en ese empeño casi siempre ha estado sola. No podemos criticar los recortes cuando fuimos nosotros los primeros que los pusimos en práctica. No podemos pedir al gobierno que rechace el rescate porque, sencillamente, y también lo sabemos como ellos lo supieron en su día, no está en su mano.
Llamamos rescate a aceptar el dinero que nos presta la única institución que todavía se fía un poco de nosotros: la UE. Si no aceptamos ese dinero, no habrá liquidez para pagar servicios, ni nóminas, ni compromisos de gasto. Sin ese dinero no podemos pagar las mensualidades de nuestro estado de bienestar.
Es precisamente en este punto cuando procede afrontar la situación con un gran consenso nacional, a la manera de los Pactos de la Moncloa del año 1977, para respaldar las medidas acordadas con nuestros socios europeos, acordar otras nuevas que puedan ser más eficaces, y llevar a cabo las grandes reformas --todavía no abordadas-- que el país necesita para encarar las próximas décadas: reforma impositiva, reforma política, reforma de la administración.
El tiempo se acaba. Nuestro crédito en la UE se va degradando con rapidez. Si queremos volver a la senda que iniciamos en el año 1978 urge que el país se presente ante el exterior haciendo frente común, fruto de un gran consenso nacional que pivote sobre nuestra firme voluntad de seguir avanzando por la vía correcta: la vía de nuestra europeización, la vía del proyecto europeo, la vía de nuestro proyecto de país.

lunes, 9 de julio de 2012

LA OBLIGADA RENOVACIÓN DEL PSOE

Conocíamos estos días datos de intención de voto en los que el lógico desgaste acumulado por el gobierno del PP no significaba un correlativo incremento de voto del Partido Socialista. En lugar de eso, y siguiendo la estela de lo ocurrido en Grecia, el voto parece buscar nuevas ubicaciones.


Con ocasión del proceso de elección del equipo dirigente del partido surgido del último proceso congresual, en el que fue elegido Alfredo Pérez Rubalcaba como Secretario General, muchos apostaban por una vuelta al gobierno más o menos rápida fruto del continuo desgaste que esta crisis provoca con precisión de cirujano sobre cualquier gobierno. 


¿Por qué iba Rajoy a ser diferente? Un escenario de recortes continuos "impuestos" por Bruselas, una evidente contradicción entre lo proclamado y lo realmente ejecutado, unos retrocesos en nivel de vida que las actuales generaciones ni siquiera podíamos imaginar, un descontento generalizado,  un clima social enrarecido y con la calle en armas, ... el final de este camino no podía ser más que elecciones anticipadas, la caída del gobierno y la llegada del Partido Socialista de nuevo, esta vez de la mano de Rubalcaba.


No parece, tal y como acontecen las cosas, que este vaya a ser el destino al que estamos llamados. 


En realidad, la operación Rubalcaba siempre pareció la operación Almunia bis. Recordemos un poco qué ocurrió entonces. En el año 1.996 Felipe pierde por apenas 3 puntos porcentuales, tras casi 14 años de gobierno y una campaña final de acoso y derribo por parte de la derecha con más querencia por la defensa de sus propios intereses y privilegios. 


El aparato del partido, en lugar de optar por la renovación de los equipos y de mensajes, opta por la continuidad de los cuadros dirigentes que venían de hacerse con el partido a finales de los años 70 y con el gobierno a comienzos de los 80. El elegido para encabezar esta etapa - no entramos en la experiencia de primarias con José Borrell, torpedeado por ese mismo aparato - fue Joaquín Almunia, ministro de Felipe González desde el 82. El resultado es conocido, Aznar y el PP consiguieron en el año 2.000 la primera mayoría absoluta de su historia. Y la consiguieron de la misma forma que han conseguido ésta última, no por un aumento significativo de su voto, sino por una pérdida de apoyos masiva por parte del Partido Socialista. 


En conclusión: el votante socialista no vota a unas siglas por votarlas, las vota cuando se le ilusiona y recupera la esperanza en un futuro mejor. Sin esperanza, se queda en casa y no vota.


Muchos oponían a este análisis que la situación actual no se parece a aquella, puesto que la profundidad de la crisis que atravesamos convierte en provisional a cualquier gobierno o dirigente. Ello impediría la consolidación del Gobierno de Rajoy, como sí hizo el de Aznar, y, en consecuencia, sería el gran malestar social por la política de recortes el que provocaría elecciones anticipadas y un nuevo gobierno socialista.


Pero la gente parece que dice otra cosa. Nos dice lo mismo que nos dijo en el año 2.000: o renováis equipos y políticas, o no mereceréis nuestra confianza. 


El ciudadano sabe perfectamente que las políticas de recortes no están asociadas a una imagen de marca, las hicimos nosotros y las hace el PP. A veces parece que nos olvidamos de que el ciudadano tiene memoria. Los recortes no los asocia al PP, los asocia a la gravedad de la situación, y sabe también que se trata de políticas decididas en el seno de la UE, que aplicaríamos unos y otros.

La salida no va a ser distinta a la ocurrida con ocasión del anterior proceso de renovación interna, o incluso del anterior del anterior. ¿Alguien se imagina la impresión que debían dar aquellos treintañeros sevillanos al compañero Llopis y demás dirigentes del exilio? Pues bien, en cinco años, Felipe llevó de nuevo al partido al gobierno de España. 


Tras las elecciones de 1.996, debido al retraso en el proceso de renovación interna, el Partido Socialista no volvió al gobierno hasta el año 2.004. Eso sí, en cuanto se produjo ese proceso, Zapatero ganó a la primera.


¿Quién será el nuevo Felipe, el nuevo Zapatero, que ha de recuperar la ilusión y la esperanza de futuro en la gente, que ha de llevar al Partido Socialista de vuelta al Gobierno? ..


Hay mucha gente fuera que lo espera y lo necesita. No volvamos a defraudarles. 

lunes, 7 de mayo de 2012

El consenso imprescindible. España en peligro.

Azotados por las circunstancias y desorientados por la falta de antecedentes a la hora de hacer frente a una situación como la que vivimos, parecemos olvidarnos de qué es lo que correspondería hacer para colaborar en la búsqueda de soluciones al mayor problema que los españoles y los europeos han afrontado desde el final de la guerra, la civil, en nuestro caso, la mundial, en el del resto del continente.

Hace unos meses veíamos la evolución de Grecia, con ocasión de la negociación de su segundo rescate. Asistíamos, con una mezcla de distanciamiento y cierta altanería, a la situación en que nosotros mismos parecemos entrar ahora, justo en este momento. 

Cuando veíamos a los conservadores, los responsables del ocultamiento y del engaño en las cuentas griegas que el socialista Papandreu se vio en la obligación de sacar a la luz, provocando con ello la crisis de deuda soberana que como un tsunami se extendió por el resto del continente y de las economías de la zona Euro, decimos, pues, que cuando observábamos al partido responsable del engaño aprovecharse sin sonrojo de la imposible situación en que quedaba el gobierno socialista griego al tener que hacer frente a una economía intervenida por la UE y el FMI, sentíamos que la irresponsabilidad, la ausencia de generosidad y también, por qué no, la desfachatez de los autores de este tremendo lío en que andamos metidos debía ser puesta de manifiesto.

Acusábamos a los conservadores griegos de introducir a la Unión en una espiral cada vez más peligrosa de desestabilización y progresivo debilitamiento que podría acabar afectando al resto de economías europeas con algún desequilibrio en sus cuentas - nada extraño por otra parte en la situación vivida por la economía mundial en estos últimos años, EE.UU. los tiene, como Bélgica, Francia, Holanda, ..., no estamos hablando sólo de los países del sur -. 

Acusábamos a los conservadores griegos de irresponsables, porque siendo los causantes de la tormenta, su obligación sería colaborar en apagar el fuego cuanto antes en lugar de esperar a que el bombero se chamuscara y pereciera en el intento.

Acusábamos, en definitiva, a los conservadores griegos de estar dispuestos a dejar que el país se hundiera antes que colaborar de forma responsable en la estrategia de salida que la UE marcaba. 

Ninguna palabra entonces se oía en nuestro país respecto a las draconianas medidas que la UE adoptaba en Grecia como consecuencia de estar intervenida su economía, más bien al contrario, movidos por el temor a que el contagio se acabara extendiendo a nuestra propia economía, asustados ante el pánico que una posible intervención de nuestro país pudiera desatar, exigíamos a Grecia, a su gobierno y a la oposición, que actuaran con responsabilidad y que cumplieran las condiciones del rescate.

El desenlace es conocido: Papandreu, preso de la contestación de la calle y del rechazo de la mayoría de sus ciudadanos, propone un referéndum para la aprobación de las medidas a las que la UE condicionaba las cantidades del segundo rescate; la UE exige un gobierno de concentración nacional, con el gobierno y la oposición de la mano, para asegurarse que se toman esas medidas; y, como colofón, se celebran elecciones generales para que salga elegido un nuevo gobierno.

Al final, ha ocurrido lo que los libros dicen que ocurre en estos casos. Parece casi increíble, pero tan sólo hay que mirar a lo sucedido en aquellos lugares en que se han enfrentado a crisis de deuda en el pasado, como América Latina en los años 80 del siglo XX: contestación en la calle;  llegada de los extremismos y populismos al poder o a su antesala; propuestas de impago de la deuda que conforme crecen las dificultades y las tensiones sociales acaban defendiendo todos los partidos; décadas perdidas, sin crecimiento y con aumento de la pobreza y de la marginalidad; asonadas militares ...

O qué decir de los años 30 en Europa ... Es aquí donde estamos, no conviene que miremos hacia otro lado por más tiempo. La situación no es mejor que la que nos llevó a la firma de los Pactos de La Moncloa en la Transición. En aquél momento todos nos pusimos de acuerdo para que la crisis económica de los años 70, las sucesivas crisis del petróleo, no se llevaran por delante la construcción de nuestra democracia.

Sabemos que Rajoy mentía en la oposición, que todo el PP lo hacía. Al igual que a los consevadores griegos, su comportamiento entonces fue insolidario, desleal con el país y ventajista. Y por ello pagarán su precio. Pero, al igual que en otras muchas ocasiones, es al Partido Socialista al que le corresponde aportar responsabilidad y sentido de Estado, sentido de país y del bien común. Puesto que la derecha nunca ha demostrado en su trayectoria que le adornaran estas virtudes, a nadie debe sorprender que ahora también dejaran pasar la ocasión sin hacerlo. Pero esto ahora no toca. No es momento para pasar cuentas, ya lo haremos.

Ahora, como en la Transición, incluso con más razones, lo que toca es Pacto. Un gran acuerdo nacional que ponga a salvo nuestro sistema de protección social, nuestro modelo de civilización, en definitiva, con la responsabilidad propia de quien sabe también que hay que hacer sacrificios, pero con la convicción más justa de que a quien más le toca hacerlos es a quien más recursos tiene para asumirlos.