jueves, 4 de agosto de 2011

Zapatero y el PSOE no son responsables de los ataques contra nuestro país.

Hemos llegado a tal punto, y bajado tanto en el remolino en el que andamos metidos desde hace más de un año, que hemos perdido de vista la imprescindible visión panorámica necesaria para poder hacer un análisis lo más preciso posible de la situación, o, mejor, vorágine que, si no del todo irracional - hay un problema cierto de dificultades de crecimiento en lo que hasta hace poco llamábamos Occidente -, sí que su comportamiento ya indiscriminado hace casi inútiles los esfuerzos que nuestros países llevan a cabo en estos días, desde hace más de un año en nuestro caso, para tratar de convencer a los que compran o han comprado nuestros bonos de deuda pública de que vamos a devolverles el dinero que les debemos sin ningua dificultad a la fecha de su vencimiento.

El asunto es que nuestros acreedores no nos creen. No sólo a nosotros, ya casi irrelevantes a estos efectos, sino al resto de la UE. ¿Por qué no nos creen?, ¿porque nuestra deuda pública es insostenible y difícil de pagar?, ¿porque no hemos puesto en marchas las reformas estructurales acordadas con el resto de socios de la UE? No. El problema es otro.

Ayer se volvieron a conocer los datos de deuda de los países del Euro. La lista la encabeza Italia, con cerca del 120% de deuda sobre el PIB, Alemania y Francia cerca del 80%, con ésta última superando ligeramente esa cifra y aquella a punto de llegar a ella, España tiene un ... 67% a finales del ejercicio presupuestario en curso. Al parecer, nuestro Estado no ha sido tan "manirroto" y "despilfarrador" como alguno de nuestros socios, según terminología que se ha hecho común en esta crisis y en la visión que de la misma se tiene desde los países del norte del continente.

Hay, en consecuencia, un problema de deuda en España. Sí, pero el problema no es la deuda pública del Estado, la que ha gestionado el PSOE en estos últimos ocho años, pues ya vemos que es de las más bajas de la UE, sino la deuda privada, la que acumulan los bancos, empresas y familias. Es de esta deuda de la que ha venido desconfiando eso que llamamos "los mercados". Desconfían de que las cajas y bancos que más se han implicado en los créditos a promotores sean capaces de sanear sus balances y devolver el dinero que pidieron prestado a esos mercados para poder financiar el "boom" del ladrillo. Desconfían de una economía que, al no tener perspectivas de crecimiento sólido y sostenido en el corto y medio plazo, quizás no pueda acabar haciendo frente a sus deudas acumuladas en esta última década. Esos créditos a los promotores, a las familias, no los ha concedido el gobierno. Lo han hecho los bancos, que son quienes hacen negocio prestando dinero.

Desde mayo de 2.010 venimos poniendo en marchas las reformas estructurales capitales para desbloquear los cuellos de botella que nuestra economía ha mostrado en esta crisis: sistema de pensiones, mercado laboral, sistema financiero, ... unidas todas ellas a un importante ajuste fiscal que nos ha obligado a tomar medidas que, a la vez que imprescindibles, han resultado incomprendidas para una gran parte de nuestro electorado. Esto último da para otro texto, al que tendremos que volver en otro momento.

Pero procede dejar escrito ya que han sido medidas imprescindibles para garantizar la siguiente etapa de crecimiento, que, al contrario que ésta última, debe velar por mantener los equilibrios básicos de nuestra economía. Esta crisis confirma una regla que la izquierda no puede desconocer, y Felipe González lo vio claro ya en los 80. Sin una economía sólida que funcione no se puede sostener el andamiaje de los derechos sociales ni del Estado de Bienestar. O generamos los recursos que necesitamos para poder financiar nuestra red de protección social y de calidad de vida, o debemos pedirlos prestados fuera, a esos mercados que ahora tan poco nos gustan y que, lógicamente, nos pondrán condiciones para asegurarse que les vamos a devolver ese dinero. Esta vía, a la vista está, ya no es posible. Sólo queda poner a funcionar la economía, cambiar el modelo, con decisión y una firme voluntad política.

En consecuencia, no tenemos una deuda pública excesiva, y hemos realizado las reformas estructurales, con un alto coste político. Pero seguimos en el ojo del huracán, y sin instrumentos a nuestro alcance para salir de sitio tan incómodo y molesto. Porque esto ya no depende de nosotros, sino de la UE, y su mayor accionista, Alemania; y un poco también, en este preciso momento, de los EE.UU.

De Alemania depende que en la eurozona se tomen las decisiones de política económica que el momento requiere con la agilidad propia de situaciones límite, que es donde estamos. Decisiones de fondo, que vayan hacia una mayor integración en el seno de la UE, con políticas económicas no sólo coordinadas. Se precisa una única política económica, monetaria, sí, pero también fiscal, con capacidad para la toma inmediata de decisiones, hacia dentro y hacia fuera. Alguien con mando al que los mercados se crean. Y decisiones inmediatas hasta que esa gobernanza económica tome forma definitiva, permitiendo que el Banco Central puede operar en el mercado de deuda comprando bonos de los países objeto de ataques. No lo olvidemos: Bélgica ya está donde estaba España hace un mes, y Francia se aproxima. El objeto a abatir, si no lo remediamos, será la propia Unión.

Y de los EE.UU. depende que Occidente vuelva a crecer. Ha aparecido el temor a una nueva recesión, y sus consecuencias lastran aún más nuestra debilitada posición. Si la esperanza de la recuperación en España pasaba por las exportaciones, si aquellos países a los que exportamos entran de nuevo en recesión, la conclusión parece evidente, nos será más complicado colocar nuestros productos y servicios, y el ligerísimo crecimiento que experimentamos volverá a ser de signo negativo ...

En estos momentos es cuando hay que plantar fuerte, y hacer nuestro trabajo, aquel que está dentro de nuestro ámbito de decisiones. Saldremos adelante, seguro. Cuando lo hagamos, todo ese esfuerzo realizado, será trabajo que llevaremos adelantado.

No queda otra.