viernes, 26 de julio de 2013

LA CUESTIÓN CATALANA Y EL FEDERALISMO

          (Artículo publicado en Heraldo de Aragón  el 24 de julio de 2.013)     

                Hace unas semanas presentaba el PSOE su propuesta de reforma territorial del Estado como contrapeso al órdago independentista lanzado meses atrás por CiU.  Por enésima vez en nuestra historia moderna y contemporánea, nos encontraríamos con nuestro mapa territorial sometido a discusión y debate.

                La actual dirección socialista ha tratado de hacer de la necesidad virtud y ha optado por ir a la búsqueda de un discurso que, por un lado, sea asumible por los socialistas catalanes, ocupando un espacio de moderación que resulte equidistante entre los dos extremos en los que se han instalado tanto el independentismo catalán como el rancio nacionalismo español. El PSC sabe que la defensa del independentismo sería muy perjudicial para sus aspiraciones electorales, pero tampoco desconoce que en Cataluña resulta todavía peor aparecer en posiciones próximas al PP, al que su deriva antiestatutaria de los últimos años lo convirtió para el sentir general en un partido próximo al anticatalanismo.

                Por otro lado, el PSOE pretende aparecer ante la ciudadanía como un partido que da respuesta a las demandas de cambio y reformas políticas provenientes del electorado. La reforma del Título VIII de la Constitución le volvería a dar al partido un barniz de frescura y conexión con las inquietudes de la calle.

                ¿Basta la propuesta federalista para conseguirlo? Convendría centrar aun en sus mínimos los términos de la discusión,  en primer lugar, para ahuyentar los miedos de quienes identifican federalismo con una fuente del separatismo y, después, para contrastar si una reforma de este calado es suficiente para dar respuesta a las señales de cambio que llegan de los ciudadanos.

                Nuestro actual sistema autonómico se encuentra muy próximo al Estado federal. El federalismo, como el Estado autonómico, parte de una posición de principio: la soberanía - el derecho a decidir -, es única y reside en el conjunto del pueblo español, alemán, estadounidense,…. Primera conclusión: ningún estado federado, ninguna comunidad autónoma, tiene reconocido el derecho a decidir al margen del resto de ciudadanos del Estado federal. Dentro de esta lógica, tampoco lo tiene ni lo podría tener Cataluña.

                La Constitución reconoce el derecho al autogobierno de los territorios que conforman el Estado, porque parte de la tesis de que la aplicación del principio de subsidiariedad (toda decisión debe tomarse en el nivel administrativo posible más próximo al ciudadano) garantiza una administración más cercana y, en consecuencia, más eficaz en la respuesta a los problemas de la gente  y, también, un mayor respeto a las identidades propias de cada uno de esos territorios.

                La Constitución establece la distribución de competencias entre el Estado central y las autonomías o estados federados, a la vez que, con fundamento en los principios de cooperación y coordinación, trata de resolver aquellas dudas que pudieran plantear algún tipo de roce competencial entre administraciones.

                Existe una anomalía en nuestro sistema político, y es aquella que hace que nuestro Estado Autonómico no pueda ser llamado federal. Se llama Senado. La Constitución lo define como cámara de representación territorial, al modo de los Estados federales, pero a continuación le otorga las funciones propias de una cámara de segunda lectura – donde se ve por segunda vez lo que ya se ha visto y se ha votado en el Congreso -, lo que la hace prácticamente inservible. Esta es la principal  reforma que, con toda la razón, el PSOE ve necesaria. Pero conviene no engañarse sobre los frutos que la misma puede dar desde el punto de vista de la apuesta independentista de CiU. Una reforma que convierta al Senado en cámara de representación territorial, donde se debatan y  voten las leyes cuyo componente fundamental sea de carácter territorial, o que afecte a las competencias de las comunidades autónomas, o a su financiación, no es lo que quiere CiU. Ni tampoco el PNV.

                El federalismo no permite la desigualdad entre los ciudadanos del Estado. El federalismo no es compatible con el concierto económico ni con el pacto fiscal ni, en última instancia, con la bilateralidad. Si lo que perseguimos es simplemente la forma de encajar las dificultades del PSC para encontrar su espacio en lugar de dar solución definitiva a la anomalía que en nuestro sistema político pervive desde sus comienzos, quizá baste con reformar la actual Constitución y estudiar la forma de generalizar la famosa disposición adicional mediante la que se coló en su día el concierto navarro y vasco para hacer lo mismo ahora con Cataluña – y con los que vengan después, lo que sin duda supondría el fin de nuestro actual modelo de convivencia -. Pero si por lo que optamos es por ir al fondo del asunto, la reforma del Senado tiene como fin de trayecto la garantía en la igualdad de derechos y deberes de todos los ciudadanos, lo que implica, fundamentalmente, la igualdad de raíz en el acceso a los servicios públicos por parte de todos ellos.

                ¿Será suficiente esta apuesta reformista para recuperar el favor ciudadano? La reforma constitucional del Senado no  parece encontrarse entre sus prioridades, que ahora mismo pasan por el rechazo de todo aquello que iguala a la política con los privilegios de clase y la corrupción.

                Las reformas que requiere el momento son aquellas que hablan de mejorar el sistema para hacerlo más justo, las que piden transparencia absoluta de la administración y de sus administradores; la lucha efectiva, contundente y creíble contra las prácticas corruptas; las que piden justicia impositiva; las que piden que los poderes de supervisión y vigilancia de la actividad económica controlen de forma efectiva al poder del dinero; o, igualmente, las que abogan por elevar la calidad de nuestra democracia garantizando la igualdad y la libertad en los procesos de elección interna de todos los actores que intervienen en el debate público.


                La transparencia en los asuntos públicos genera ciudadanos críticos y formados, lo que hace a sus sociedades más justas e igualitarias, no hay más que acudir al ejemplo de la socialdemocracia nórdica para comprobarlo.